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MARÍA, LA DISCÍPULA DE JESÚS

Actualizado: 22 abr 2020


Celebrar el mes de Mayo es una oportunidad de gracia para conocer y amar más a María, la Madre del Señor (Lc. 1,45), pero puede ser , igualmente , para todos una circunstancia gratuita y gozosa para descubrir el discipulado de María. Éste un tema bellísimo del que apenas se inicia su estudio. Pablo VI lo intuyó cuando, al clausurar la tercera sesión del Concilio Vaticano II, afirmó:


“Hija de Adán como nosotros y, por tanto, hermana nuestra con los lazos de la naturaleza... en su vida terrena realizó la perfecta figura del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes, y encarnó las bienaventuranzas evangélicas proclamadas por Cristo” (21 Nov. 1964)


¿QUÉ ES SER DISCÍPULO?


Ser discípulo de alguien es recorrer un camino largo de esfuerzo, de lucha, de aprendizaje y de mucho amor. El Concilio Vaticano II habla de María comola peregrina de la fe” y en esa expresión está sintetizada su experiencia de discipulado en la Escuela de Jesús. Su peregrinación de fe es un testimonio y un reto para nosotros que, como ella, caminamos por este valle de lágrimas y dificultades. Lo podemos ver insinuado de una manera muy bella en Lucas.



María, discípula de Jesús en el Evangelio de la Infancia (Lc. 1-2)


Aun sin llegar todavía a los dos textos durante el ministerio de Jesús (8,19-21; 11,27-28) que nos aclaran mejor la figura de María como discípula del Evangelio, los dos primeros capítulos del Evangelio nos sitúan, desde ya, en este tema.

Al proponer el Ángel la vocación-misión de María, en función de Jesús, nos dice Lucas que hubo en ella turbación y cuestionamiento (1,29), pero también pregunta (1,34). Y ante la respuesta de Dios que todo lo aclara, vemos en María la ofrenda de su vida (1,38) pero también la alabanza gozosa por la misericordia de Dios (1,46ss).


Cuando los pastores van a visitar al recién nacido como su Salvador, contaron lo que les habían dicho acerca de él y “Todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores decían” (2,18). Por el contexto, el “Todos” se refiere a José y a María, pero puede también hacer referencia a la comunidad que escucha el mensaje. Inmediatamente, Lucas agrega una reacción propia de la Madre: “María, por su parte, guardaba todos estos sucesos y los meditaba en su corazón” (2,19).


Cuando llevan a Jesús a presentarlo al Templo y tienen el encuentro con Simeón, “su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él” (2,33). Cuando a los doce años llevaron a Jesús a la fiesta de la pascua en Jerusalén y “él se quedó en Jerusalén, sus padres lo buscaban sin encontrarlo” (2,44-45); regresan a Jerusalén y lo encuentran en el Templo (2,46). “Todos lo que oían estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando lo vieron, quedaron sorprendidos y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando(2,47-48). Y, ante las replicas de Jesús, “ellos no comprendieron la respuesta que les dio” (2,50).

Cuando, por último, volvieron a Nazaret, “su madre conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón” (2,51).

Hemos hecho expresamente la recopilación de verbos (al subrayarlos) para que de una manera más clara captemos ahora el proceso de conciencia lenta que fue teniendo María acerca de Jesús.

Pertenecer a la familia escatológica de Jesús y vivir como discípulo, es un trabajo arduo de cuestionamiento y búsqueda, de meditación e interiorización, de silencio y contemplación, de estupefacción y de sorpresa, de oscuridad y pregunta, de encuentro y júbilo, de angustia e incomprensión... de buscar sin encontrar, de encontrar sin poseer. La alabanza y la admiración; la ofrenda y el gozo; el saber admirarse y contemplar; el no saber dónde está el Señor y amarlo a pesar de todo; el no comprender todos sus caminos pero insistir en su búsqueda y guardar todos los acontecimientos en el corazón para gozar y comprender más tarde...



Todo esto es propio de un discípulo que camina y no se estanca; que sigue a su Maestro por donde quiera que va, pero se sabe, amado, protegido y orientado, porque en la cruz está su gloria y en la entrega libre por sus hermanos ofrece la Vida salvadora que él mismo ha recibido de Jesús. Y María es la primera discípula de Jesús, que hace todo este proceso y se convierte para nosotros en testimonio vivo del oyente de Jesús.


María, Discípula verdadera de Jesús (Lc. 8,19-21).


Llegados ahora al ministerio público de Jesús, esperaríamos una abundante presencia mariana, dada la importancia que se le dio en la infancia de Jesús. Pero es otra la realidad. María no aparece llamada por su nombre en el resto del Evangelio de Lucas y sólo al inicio de los Hechos se habla de ella como presente en los comienzos de la Iglesia (Hch 1,14). Con todo, Lucas tiene dos referencias a la Madre de Jesús, las cuales, en su simplicidad, contienen toda una carga teológica que amplia lo ya afirmado de María en el Evangelio de la Infancia.






Jesús había dicho en Marcos 6,4:Un profeta no está sin honor más que en su propia tierra, entre sus propios parientes y en su propia casa". Un texto que Mateo corrigió en Mateo 13,57 al suprimir la referencia a sus parientes, precisamente porque ellos no tienen, en su Evangelio, una actitud negativa ante Jesús. Lucas hace la última corrección en 4,24: No sólo falta la referencia a los parientes sino también a la propia casa. Y esto, no sólo porque Lucas sea más benigno que Marcos con relación a los parientes de Jesús, sino porque de hecho, para él, la Madre de Jesús es el testimonio vivo de una verdadera discípula y porque “los hermanos de Jesús”, son seguidores del Maestro y están presentes en el inicio de la comunidad apostólica (Cfr. Hch 1,14).

Observamos, por último, y de paso, que cuando Lucas hace la presentación de Jesús (3,23) dice: “Jesús mismo, cuando comenzó su ministerio, tenía unos 30 años y era hijo, según se creía, de José...” Es éste un ejemplo de esfuerzo por concordar los relatos de la infancia con los del ministerio público.


En Lucas capítulo 8, versículos del 4 al 15, Nos presenta la Parábola del sembrador, que nos dice que la semilla es la Palabra de Dios, "Y lo que cae en tierra buena son los que reciben la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y, perseverando, dan fruto."

Más adelante en el evangelio de Lucas 8 versículo 21 dice: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen”.

Habiendo leído el Evangelio de la infancia, no encontramos a nadie que haya realizado tanto estas condiciones como María.

Ella, en efecto:

- Escuchó atentamente la Palabra del Señor y creyó en ella (Cfr. 1,45);

- La conservó cuidadosamente en su corazón (2,19.51);

- La hizo carne en su vida al engendrarla en su seno y darla al mundo (1,38), aún en medio de las dificultades propias de la vida que ponen en crisis la propia fe (Cf. 2,35.46-50)

María es, pues, la tierra buena donde ha caído la semilla de la Palabra y ha producido un fruto centuplicado (Cf. 8,8)


María, Discípula bienaventurada


No contento con esta afirmación, Lucas va más allá en la presentación de María y unos capítulos más adelante propone un texto que es exclusivo suyo: Defendiéndose Jesús de la acusación de endemoniado (11,14-22), llega a decir: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (11,23), más aún vive la derrota más total en su vida (11,24-26). En este momento, una mujer alza la voz y bendice:

¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste!”.

A lo cual Jesús responde:

“Sí, pero más aún, dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan!” (11,27-28)

Es interesante que, tanto aquí como en la visitación (1,45), es siempre una mujer del pueblo la que grita la bendición. Para Isabel, no hay duda de que María es bendita por haber concebido un hombre como Jesús; para la mujer de la multitud, su alabanza no sólo va dirigida a María sino sobre viene de oír la Palabra y guardarla activamente.

Por tanto, este texto lucano destaca que la Madre de Jesús es dichosa, mas no simplemente por tener un hijo en Jesús, sino porque ha oído, obedecido, guardado y sopesado la Palabra viva de Dios. Queda así más claro lo que antes había puesto en boca de María: “En adelante, todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (1,48).



San Agustín hizo ya una bella explicación de este texto:

“¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo, antes que Cristo fuese creado en ella?

Ciertamente Santa María cumplió con toda perfección la voluntad del Padre, y por eso es más importante su condición de discípula de Cristo que la de Madre de Cristo. Es más dichosa por ser Discípula de Cristo que por ser Madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque antes de dar a luz al Maestro, lo llevó en su seno...


Por esto es bienaventurada María, porque escuchó la Palabra de Dios y la observó. Guardó más la verdad en su mente que la carne en su seno. Cristo es verdad, Cristo es carne; Cristo es verdad en la mente de María, Cristo es carne en el seno de María (Sermón 25, P.L. 46, col. 937-938)

P. Carlos G. Alvarez, Eudista


Conclusiones

Sin duda alguna María es un gran ejemplo para cada uno de nosotros de lo que verdaderamente es ser discípulo de Cristo, de la entrega total a Dios.

En ninguno los diferentes pasajes del evangelio de Lucas que acabamos de contemplar, escuchamos a María que renuncie a su fe a causa de las adversidades, sin embargo vemos que María se entrega por completo, depositando toda su confianza en Dios, una discípula que sigue a Cristo , lo escucha, medita la palabra en el silencio e humildad de su corazón sobre todo cuando no entiende pues sabe que más adelante lo hará. ¿Y tú escuchas a Dios? ¿En tu día a día eres como María? ¿Realmente comprendes su palabra?


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